20 Vidas, (Albert Segura)

#04 / El Rayo

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Cathy y yo vivíamos en Irlanda cuando mi mirada se posó en un escaparate de una agencia de viajes. Allí, un anuncio capturó mi atención: un billete de avión para dar la vuelta al mundo. En ese instante, supe que quería embarcarme en esa increíble aventura durante un año completo.

Lleno de emoción, me acerqué a Cathy y le dije: «Voy a dar la vuelta al mundo. ¿Me acompañas?». Sin dudarlo, ella aceptó, y desde ese momento, cada minuto de nuestras vidas se dedicó a planificar y preparar ese inolvidable viaje al estilo de Willy Fog.

Durante varios meses, dedicamos tiempo y energía a elaborar un detallado plan y a consultar diversas agencias de viajes en busca de la opción que más nos convenciera. Cada paso que dimos nos acercaba más a nuestro objetivo, y finalmente encontramos la agencia perfecta para hacer realidad nuestro sueño.

Fue una sensación indescriptible cuando, sin apenas darnos cuenta, nos encontrábamos en la cola de facturación en el aeropuerto de Londres, listos para embarcar en nuestro vuelo con destino a Hong Kong. La emoción se palpaba en el aire, y sabíamos que estábamos a punto de embarcar en una aventura que nos cambiaría para siempre.

Los primeros tres meses de este increíble viaje estaríamos acompañados por Antonio y Pilar, dos personas que habían sido mis fieles compañeros de aventuras en numerosos destinos. A lo largo de nuestras travesías, habíamos forjado una conexión especial y se habían convertido en parte de mi familia.

Mientras estábamos en la cola, una amable azafata se acercó a nosotros y nos informó de que había surgido un problema con nuestro vuelo. Nos explicó que se había producido un caso de overbooking, lo que significaba que se habían vendido más billetes de los disponibles para los asientos en el avión. En ese momento, estaban buscando voluntarios dispuestos a pasar la noche en Londres y volar al día siguiente.

Nos alegramos al escuchar las palabras de la azafata. Nos aseguró que se harían cargo de nuestro alojamiento, de las comidas, y que nos proporcionarían un taxi que nos llevaría a un buen hotel en Londres. Además, nos sorprendió aún más al mencionar que seríamos compensados con 1.500 euros cada uno por los inconvenientes ocasionados.

Nuestros ojos se iluminaron de emoción, ya que el primer día de nuestro viaje prometía ser memorable. Apenas estábamos comenzando y ya teníamos la oportunidad de recibir una compensación económica que nos abriría nuevas posibilidades. Con ese dinero, decidimos invertir en una furgoneta en Australia, donde planeábamos vivir durante los próximos tres meses de nuestra aventura.

Era asombroso cómo la vida nos sonreía en ese momento. Nos dimos cuenta de que, al abrir nuestra mente y tomar decisiones valientes para cambiar nuestras vidas, se presentaban oportunidades y cosas positivas en nuestro camino, incluso en situaciones inesperadas como esta.

Al día siguiente, después de descansar y disfrutar de un buen desayuno, regresamos al aeropuerto con energías renovadas. Para nuestra sorpresa, la misma azafata se acercó nuevamente y nos preguntó si estábamos dispuestos a ofrecernos como voluntarios con las mismas condiciones que el día anterior. Mi mente se llenó de incredulidad ante lo que estaba sucediendo. Parecía irreal que tuviéramos otra oportunidad de recibir una compensación por retrasar nuestro vuelo. Sin embargo, lamentablemente, no pudimos aprovechar esta segunda oportunidad debido a que teníamos que hacer una escala en los Emiratos Árabes y Cathy, al disponer de pasaporte sudafricano, no cumplía con los requisitos de visado para hacerlo. Por lo tanto, decidimos continuar con nuestro viaje hacia Hong Kong y China.

Llegar a Australia fue como cumplir un sueño largamente acariciado. Desde hacía mucho tiempo, anhelaba la oportunidad de ver koalas y canguros en su hábitat natural, pero, sobre todo, tenía la meta de cruzar a Tasmania y escalar el Totem Pole. Esta icónica aguja de roca emerge del mar en un entorno asombroso y despierta en mí una gran pasión por la aventura. Para acceder a ella, es necesario descender por un acantilado mediante rápeles, sortear rocas cuando las olas del océano lo permiten y, finalmente, salir por una tirolina. Todo ello representaba un desafío emocionante.

Además, había conocido a Paul Pritchard, autor de un libro sobre un accidente ocurrido en ese lugar, y me sentía profundamente identificado con su forma de ver las cosas. Esta conexión personal y la admiración por el entorno natural hicieron que la escalada del Totem Pole fuera aún más significativa.

Deseaba tener una visión más cercana de lo que él había vivido, de alguna manera revivir su experiencia y, al mismo tiempo, anhelaba que nuestra aventura tuviera un desenlace diferente al suyo. Su libro, Totem Pole, captura a la perfección lo que intento transmitir. Si alguien busca entender esa sensación, recomendaría encarecidamente que lo leyera, dado que brinda una perspectiva única y conmovedora sobre la vida y la superación personal en medio de los desafíos extremos.

Afortunadamente, nosotros tuvimos una experiencia mucho más favorable que Pritchard, y esos días en Tasmania, donde escalamos el impresionante Totem Pole, fueron sencillamente increíbles. Además, tuvimos la oportunidad de observar a uno de los animales más singulares del mundo, el Demonio de Tasmania, que a primera vista puede parecer un cachorro de perro, pero sorprendentemente posee una mandíbula poderosa, comparable a la de un cocodrilo.

Esta historia que voy a relatar tuvo lugar en el monte Arapiles, en Australia, que es una de las mayores áreas de escalada tradicional en el mundo. Este impresionante lugar se caracteriza por sus formaciones de arenisca de alta calidad, situado en un entorno de gran belleza.

Aquel día teníamos planeado escalar un par de rutas de varios largos. Aunque había algunas nubes en el cielo, no parecía que fuera a llover. Mientras caminábamos y charlábamos con Antonio y Pilar, nos dimos cuenta de repente de que se acercaba un viento cálido y que, detrás de nosotros, habían surgido de la nada unas nubes muy oscuras.
No estábamos preocupados, ya que la ruta de escalada que habíamos elegido no era muy larga y, además, no estábamos en alta montaña. Teníamos la opción de descender en cualquier momento, por lo que no había ningún problema.

A pocos metros de llegar a la pared, comenzó a lloviznar, pero en cuestión de segundos se convirtió en una intensa lluvia acompañada de vientos fuertes. Rápidamente nos refugiamos en una pequeña cavidad en la base de la pared mientras decidíamos qué hacer a continuación.

Llovía intensamente y era un espectáculo contemplar cómo los colores de la lluvia se mezclaban con el verde paisaje que nos rodeaba. Estábamos indecisos sobre si esperar a que parara o comenzar a caminar de regreso al campamento, aunque tampoco parecía una buena idea debido a la intensidad de la lluvia.

De repente, se escuchó un estruendo ensordecedor y fui lanzado por los aires unos metros. Caí al suelo aturdido y recuerdo claramente a Pilar repetir una y otra vez: «¡Lo vi! ¡Lo vi! ¡Un rayo le ha alcanzado en la espalda!».
Es realmente asombroso, pero era cierto. Acababa de ser alcanzado por un rayo y fui lanzado como un títere. Resulta que me encontraba sentado en una pequeña repisa en la parte más profunda de la cavidad, la cual tenía una fisura que se extendía verticalmente a lo largo de más de 100 metros de pared. Parece ser que el rayo impactó en la pared y siguió su camino hasta el suelo, justo donde yo me encontraba.

Aquella experiencia quedará grabada en mi memoria para siempre. Fue un momento de sorpresa y temor indescriptible. El rayo me golpeó con una fuerza descomunal, lanzándome por los aires y dejándome aturdido. Mi espalda quedó enrojecida y sentí cómo mi cuerpo se tensaba, como si hubiera sido convertido en un bloque de piedra.

En medio de la conmoción, no pude evitar reflexionar sobre la suerte que he tenido a lo largo de los años. He enfrentado situaciones cercanas a la muerte en diversas ocasiones, pero de alguna manera he logrado sobrevivir.

No es algo que haya buscado ni tampoco algo de lo que me sienta especialmente orgulloso, pero he aprendido a valorar la vida y a estar agradecido por cada vez que he logrado salir ileso de situaciones peligrosas.

Aunque estas experiencias no han sido fáciles, me han enseñado a apreciar la fragilidad de la existencia y a valorar cada día como un regalo. A través de los desafíos que he enfrentado, he desarrollado una mayor comprensión de la resiliencia humana y la importancia de aprovechar al máximo cada momento.